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lunes, enero 02, 2006

El salto de Fibonacci

¿Cuánto se cita en lugares no habituales la sucesión de Fibonacci? Hace algún tiempo, seguramente nada: el hábito se extiende como se multiplican los conejos del cercado famoso, o al menos de forma igualmente sorprendente para aquéllos "coming over the Garmisch-Partenkirchen". Ahora sabemos cómo se extiende o se ha extendido la cantinela del 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, y así crece, al igual que tantos otros motivos "científicos" y con mayor o menor rigor o contrariamente frivolidad, en no pocos dominios del saber y la ignorancia.
Hemos aprendido acerca de la ubicuidad de estos números, por no hablar de la razón áurea a la que converge el cociente de dos términos consecutivos según ascendemos por la sucesión. Ghyka (58.800 resultados en Google, sobre la mesa los libros de la editorial Poseidón) y Uriagereka (30.300, ver Visor y Pretextos) nos hablan de ella y de ellos en dominios diversos. El lector puede visitar tantas páginas sobre el particular (1.720.000 en una búsqueda sencilla, de la bolsa a la botánica, pasando por la prosodia), que es ocioso mencionar una.
Cuando se explica el asunto de los conejos de Fibonacci, se destaca su inmortalidad y la necesidad que comparten con otros semovientes de un tiempo para madurar (sexualmente, aunque este adverbio no se suele expresar). Podrían evitarse ambos supuestos dejando que los conejos tuvieran sólo dos camadas y que vinieran al mundo ya emparejados y listos para su tarea. Obtendríamos los mismos números, ahora referidos a la nueva generación y no al total: podemos imaginar que los bisabuelos se abstienen de procrear; y podemos calcular el total conejero, que en este caso sería el doble de la sucesión habitual si los viejos dejan hastiados este mundo (correcciones y gazapos a "comments") y algunos más si siguen dando la tabarra. A algunos menos les puede recordar esta situación a lo que pasa con los números de Fibonacci que se obtienen más allá del horizonte de los conejos. Hablamos ahora de lo que no son números, aunque no sabemos de qué se trata.
Y según se miran unas y otras situaciones, se comprueba cómo, aritmética aparte, en todo esto ronda la idea de identidad. Entre las dos estirpes de conejos la diferencia consiste en que hemos sustituido a los ancestros por los conejos recién nacidos en lo que hace al período reproductivo siguiente. Los conejos jóvenes del segundo experimento igualan en número a padres y abuelos, al total del primer experimento, y nos da igual qué pasa con su actividad sexual a efectos de números.
Pero nada cambia. Los inmortales conejos, por inmortales, o los limitadamente fecundos sólo nos recuerdan que las cosas se acaban. Por eso, la gente que se dedica a estas cosas (a los números, no a lo de los conejos), se acaba olvidando de éstos y se concentra sólo en aquéllos.
Y si no, sólo queda la little life (la de "Winter kept us warm, covering/Earth in forgetful snow, feeding/A little life with dried tubers."), porque las exponenciales bacterias o los raudos conejos sólo nos acaban por sugerir malthusianas penas:
Sin Viagra de la edad sentí mi espada,
sin cónejo, gazapo ni despojo
que no fuese recuerdo de la muerte. 15:o5

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