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viernes, enero 13, 2006

Going Italian

–Miren, nos habían llamado muchas cosas, pero nunca nos habían llamado italianos. Ya saben, esas imágenes de guerra disueltas en una diplomacia de pan y mortadela o canciones napolitanas. Supongo que estamos ante un punto de inflexión genuino en nuestra historia. Adiós a la furia y a las armas. Todo dependerá del eco y la amplificación de unas palabras que de momento no van muy lejos y aún no han rebasado las murallas de la noble doctrina de los caracteres nacionales. Observen también que hemos cerrado filas en torno a esto. Así que debemos a este hombre el único consenso de los últimos tiempos. Ahí lo tienen: unidad e identidad a la vez, si supieramos lo que es una cosa y otra, pero ya verán que alguien lo dice. Y si no, al tiempo.
Como siempre, al poco de comenzar sus intervenciones, que indefectiblemente seguían a un silencio drolático –pamplinesco, perplejo, gutural silencio–, oscurecía. De pronto llegaba la noche y nuestro pequeño rincón se convertía en un teatro inquietante y sopitaño, animado por la voz pirrónica de nuestro mentor.
–Pero también es cierto que nada engaña más que una drôle de guerre o un sucedáneo. Para que vean todo lo que he leído, pondré aquí también la palabra Ersatz, pero a lo que iba (1). La clave está en que ese engaño se dobló con el sinsentido de los propósitos declarados de nuestra participación. ¿Cómo entiendo ahora el acuerdo a que me refería antes si procede de un mar de desacuerdos? Una de dos, o somos muy machos y nos han tocado el último refugio –vean por cierto que el machismo es cosas de un grupo de machos y nunca de uno solo–, o todos sabíamos ya que no hay nada peor que un mal aliado. También es cierto que cambiar de aliado a mitad de la función es, como diría un amigo mío japonés, muy macaroni.
Calló. Por un momento pensamos que continuaría, pero no hubo manera de sacarle de su mutismo. Por no abrir la boca, esa noche ni siquiera siguió bebiendo.
(1) Registremos que en este momento algunos de los meritorios comenzaron a gritar con el consabido jolgorio erudito expresiones como "Sitzkrieg" y "phony war". Incluso alguien se permitió, con notable falta de puntería, decir "Battle of the Bulge".

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