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martes, febrero 21, 2006

Elvira Viterbi: Obituario

Quizá lo que recordaremos de ella será su incapacidad para mirar demasiado atrás, a las viejas ofensas o a los halagos de antaño. Alguno sugerirá que era eso lo que le permitía llegar rápidamente a las conclusiones acertadas, decidir sin la rémora de la reflexión inacabable.
Yo puedo decir, después de varios años de trato no demasiado lejano aunque discontinuo, que nunca la entendí. Lo que no es mucho decir, o es una solemne tontería, si un hombre habla de una mujer. Sin embargo, tengo la sensación de que con ella me sucedía lo que con ninguna otra mujer, o me sucedía lo que con casi todas sólo que mucho más: Una lejanía irredimible que su simpatía trataba de cancelar, tan sólo para que más tarde esa misma simpatía viniera a reconocer que era perfectamente inútil, si no acaso como lenitivo o como disfraz tenue para un abismo insalvable.
Mis días con Elvira Viterbi son un laberinto complicado que me conduce, desde la mañana en que me fue presentada, hasta el día de hoy . Nuestros encuentros son los jalones de un camino entre otros. Una conversación en un parque con vocación de ruina en lugar de un apresurado café un día de lluvia; o unas horas en un aeropuerto y no, como diré que sucedió en efecto, un absurdo cruce en unas escaleras mecánicas. Puedo imaginar otros recorridos, soñar tal vez con una caminata inacabable una tarde inacabable, pero me cuesta levantar la losa de este final espantoso, borrar esta estación término que abre tantos otros caminos ya irremediablemente fantasmales.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Toda lejanía es irredimible, Elvira.