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miércoles, febrero 15, 2006

Optimismo infundado o a quién se lo está diciendo

Josep Fontana se entrega en El país de hoy a consideraciones de complejidad computacional que se acercan al estándar NPI. No podemos coincidir con él en algunos de sus cálculos porque revelan éstos un optimismo, valga la redundancia, infundado. Dice el historiador:

Nada puede ser más nefasto que confundir la idea del "Estado", una comunidad de ciudadanos libres, iguales en derechos y en deberes, ligados al gobierno por un pacto social que se renueva en cada votación general, con la de la "nación", un concepto de identidad cultural que ninguna ley -ni constitución, ni estatuto- puede imponer o prohibir, porque pertenece al dominio de la conciencia.
Esa dañina mentira que es el "Estado-nación", una invención jacobina que sirvió en el siglo XIX para completar el proceso de homogeneización de algunos Estados que llevaban ya siglos por este camino, ha originado en la Europa del siglo XX millones de muertos y procesos monstruosos de limpieza étnica, que han implicado el desplazamiento de grandes masas de población.
Hay en el mundo actual unos 200 Estados y más de 2.000 etnias y nacionalidades. Empeñarse en esta malsana identificación entre el Estado y la nación podría conducir o a 2.000 guerras de independencia, con muchos millones de muertos, o a 2.000 actos de asimilación forzada y de genocidio cultural, no menos condenables. La única salida racional de una situación semejante es la del Estado plurinacional que garantice la convivencia en paz y tolerancia de etnias y naciones.

Que Fontana nos relate o nos resuma la historia de los siglos XIX y XX entra dentro de su oficio, incluido por lo visto que nos cuente los acontecimientos y los procesos al revés de como fueron. Nos puede explicar Fontana en la siguiente entrega cómo se definieron las naciones en un estado como la Alemania de los años treinta, o llegado el caso cómo se separaron, en nombre de la nación alemana y del estado alemán y de su conductor de tranvías. Garantizar la convivencia en paz y tolerancia de etnias y naciones: Ominosas palabras.Pero esto lo apuntamos no a la cuenta de los lapsus, sino a la de los disparates en que incurre necesariamente quien no sabe qué es una nación en sus diferentes especies, un estado o una etnia.
Modestamente nos limitaremos en este intermedio a la crítica de los optimistas cálculos bélicos del tercero de los párrafos citados. Por un lado es cierto, que las guerras de independencia podrían o deberían ser menos de 2000, porque excluimos la posibilidad de que una etnia se independice de sí misma. Ahora, por otro lado, no debemos pensar que estas guerras de indepencia sean puras. Imaginemos una distribución homogénea de a 10 etnias por estado. Seguiríamos siendo optimistas si se dieran procesos de escisión (de 10 a cinco; de cinco a tres y dos, etc.) porque eso nos daría sólo 9 guerras por estado, 1800 en total, mejor incluso que en un escenario de 200 etnias hegemónicas en cada estado y 9 guerras sucesivas de las etnias dominadas contra la etnia dominante, porque se acabaría antes, ceteris paribus. Sin embargo, el lector prudente juzgará acerca de lo papirofléctico de esta hipótesis. Lo más fácil es que hubiera más guerras, otras guerras de anexión, cambios de bando, matrimonios tipo rapto de las sabinas o tipo secta Moon, quién sabe. Muy simplemente, si hay doscientas etnias malvadas que se han constituido en etnias hegemónicas, no podemos sospechar que muchas de estas guerras no buscarían nuevas hegemonías. Sabemos bien que no pocos descartarán esto último pues ya sabemos que hay pueblos (digo etnias) malos, mu malos. Y otros mu buenos, con una burguesía que hasta dejaba a su proletariado manifestarse contra el dictador (en un sano reparto sin mezcla de hostias y millones). Por otro lado, los genocidios culturales sí podrían ser más económicos porque, una vez puestos en marcha, en seguida se finiquitan. El problema es que se pueden inventar después con más facilidad que las guerras, siempre más contundentes y noticiosas, con las dificultades contables y estadísticas consiguientes.
Si se nos permite dejar aparte estas tonterías y las que no lo son tanto, ¿puede alguien en su sano juicio académico o ciudadano sostener, y no decimos que Fontana afirme semejante cosa, que las guerras lo son todas entre etnias, esos entes inmutables que atraviesan la historia desde que Nemrod andaba tirando flechas? ¿Lo fue la guerra civil española de 1936? Pero lo peor del caso es encontrarse con el historiador que reniega, alma bella, de la historia. ¿Damos a reset y borramos los “siglos por este camino”? Igual, los historiadores querrían ser etólogos, domadores o dibujantes al carboncillo.
Para no discriminar entre los nacionales de las naciones, territorializadas claro, se impone la homogeneidad (así no habrá exclusión ni marginación social, se nos dice en no pocas ocasiones). Hermoso argumento. Cuando entra la raza, la homogeneizadora no funciona salvo por ingeniería genética o por genocidio. De paso, concluyen que las naciones son la fuente de legitimidad para lo más relevante de las legislaciones aunque no lo afirmen: Así se fabrica un estado plurinacional. O, aunque afirmen que “la "nación" [sea] un concepto de identidad cultural que ninguna ley -ni constitución, ni estatuto- puede imponer o prohibir, porque pertenece al dominio de la conciencia". ¿No estamos viendo que se hace todo lo contrario y que la legislación se utiliza para construir esas naciones? Leer a alguien que maneja un artefacto como “identidad cultural” se hace demasiado cuesta arriba, pero lo que los discurrires bienpensantes de progresista sumiso al orden nacionalista nos descubren a su pesar es que no hay etnias ni naciones (étnicas) dadas fuera de la historia y que, por tanto, quien funda en ellas su discurso o su acción es un aprovechado, un delincuente o un simple botarate.

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