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domingo, marzo 26, 2006

Flânerie

El sutil observador que debe un punto relajar su discreción, para que le observe bien el observador tal vez ficticio que le observa siempre bien. El caballero maduro (perdón por la alusión criptozoológica) que en estos tiempos, y en otras épocas quizá, evita mirar a las mujeres o a la mujer que acaba de pasar con modos demasiado visibles o propios quizá de quien no es un maduro caballero, un maduro caballero que no ha entrado en el selecto –e inexistente– sindicato de los viejos a los que se les permite mirar a Susana. No le sirve mirar y ver sin que le vean mirar, pero así avanzan estas artes: debe halagar a su observador, que éste se juzgue a sí mismo sutil por haber percibido la sutileza observadora –del ojeo o de la espera, de la pasa y la contrapasa– del caballero maduro del que venimos hablando, y del que a estas alturas deberíamos ya poder prescindir.
Pero esta vanagloria de la vigilancia sutil no es sólo la de este caballero del que ya no hablamos o no debiéramos, que se cruza con chicas y mujeres, cotejando (1) bustos, traseros cuando se siente popular, los afeites y su supersumación en el conjunto. La consumación es el saberse observado por un observador más sutil aún, que aplaude al provecto meritorio su observancia hipócrita de la corrección política.
Por lo menos no lo anuncia: “Saldré a la calle a realizar discretamente mis observaciones, que sepáis que estoy inspeccionando atributos juveniles por parques y avenidas.” En este caso, podría pensarse que la sustancia era la sutileza y la discreción, y no el panorama (2). Que el superobservador sólo está en el ojo del observador, allí solito, porque en el ojo del observador no hay nada.
(1) coteja / centímetros picheros en alzada (Del "Soneto a la menopáusica progre", de Roberto Iglesias Hevia)

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