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lunes, abril 03, 2006

La niebla y la frente alta

Los días intermedios con su cielo homogéneo / gris luz que borra los contornos borra la vida decía Mauricio Haltzamendi en uno de sus Poemas ante la cordillera. Esa cordillera debía de ser imaginaria, pues el poeta uruguayo no se movió en su vida de Montevideo. Pero podemos imaginar que la de la cordillera es una imagen poderosa. Nos cierra el paso y la vista, pero nos abre los ojos hacia alguna esperanza vana: Lo que queda al otro lado es algo mejor o es algo distinto. Su biógrafo, Jesús José Torre y Cilla (Los tres funerales y el libro de Mauricio Haltzamendi, Nueva York, 1997) hipotetiza, por un lado, sobre la obsesión montañosa o montañera, lejanamente vasca (poco darán de sí el Gorbea o el Orhy en el continente americano), del poeta. Por otro, llama la atención sobre sus imágenes aéreas, que corresponden a una meteorología más bien portuaria o costera que a la cambiante e impredecible evolución atmosférica de las altas cumbres. Así, por ejemplo, abundan los días de nieblas o brumas inamovibles, sacudidas por sirenas que suenan discordes, al tiempo inesperadas y rutinarias. Quizá lo que haya en sus versos, nos atrevemos a decir, sea un vaciado, un negativo del cambio, un subrayado de la monotonía que dibuja su contrario:
Caen las horas de la tarde
Porque los días son otoños;
Abate el hacha los cerezos
Para nostalgia de los tordos.
Caen de abates las cabezas
Cuando otros ríen miserables.
Como jacobino que soy
Con sangre riego el fruto amable.
Haltzamendi jugaba también a sorprender con estos cambios de escenario, pero siempre volvía, como dijo La Pera, y como él dice en su poema "Glosando nuestros diecinueves":
Pues volver es cosa fácil,
es peor el estar cojo.
El estuario cruza el bote
sin teñir el mar de rojo.

Aunque la realidad era que los paisajes de su ciudad no pudieron abandonarle:
Vete, vete, Graf Spee
barquito para la muerte.
Tu sino no es más cruel
que del oriental la suerte.
La llanura y la niebla
frente al mar de estos confines
han espesado el alma
a hombres, vacas y delfines.
Un espíritu volcado a la exageración, sin duda, pero su nihilismo era pacífico. El lector recordará que Haltzamendi, que se graduó en Matemáticas, heredero de una ruidosa fortuna, incrementó su hacienda hasta términos escandalosos. Torre y Cilla recuerda a este propósito el rumor que afirmaba que Howard Hughes sufría espasmódicos ataques de ira, envidioso de su competidor rioplatense.
Nos hemos detenido en unos cuantos versos que quizá den una imagen falsa de la obra de Haltzamendi y en particular de su afición por los versos de estructura difusa, por los metros kilométricos y un tanto subtérraneos, por los versículos vermífugos que gustaba de decir, por el collage y el nonsequitur. Así, cerramos esta entrega con el final de su poema "Mi número de Erdös":
Mi número es, en consecuencia, cuatrocientos
lo cual no es extraño
quod erat demonstrandum
bailo en la bibliografías como baila un millonario.
Esta rima va in mezzo porque me sale como me sale un peluquín de atrezzo.
Estoy desconectado si no del universo
al menos según las querencias de las galaxias, nebulosas y flying saucers.
Estoy desenchufado tan de corriente plano
que se me parece mi producción alquería alquería de perdido niño como
mis mayores, los Moleses
tan de secano como la hierba seca de veranos que no he conocido
en los agostos que yo ignoro
alejandrinos se me vuelven recuerdos tantos
pero sobre la hierba la lluvia cae sobre la hierba cómo les diría como
la hierba cae sobre la lluvia escribo todo seguido como la lluvia como la llena lluvia sobre las pestañas de las vacas
cerrar podrá el paraguas la postrera.

1 comentario:

marideliwes dijo...

Yo creo que hoy es tu cumpleaños:
Muchas felicidades (si pudiera ser (que seguro) ).
Y gracias por estos postes. Si es que se llaman así, claro.