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domingo, mayo 28, 2006

Crueldad y promesa de mayo

Los días, algunos de mucho calor. Las gentes, variadas. Convendría la lluvia ante la loma que amarillea enfrente de la casa. El breve verdor de ese paisaje no se merecería un acortamiento, un agosto ampliado, prematuro y extenso.
Las diversas gentes se dirigen a los mismos lugares los mismos días. El sábado es el día del comercio y el comercio es la ocasión para que las gentes den cuenta de su diversidad y de su capacacidad para repetirse las unas a las otras, como se repiten los mayos y las tristezas secretas.
La lluvia se añora porque la lluvia cambia la calidad de la luz, la lluvia evita que la luz del verano nos aplaste como a insectos trabajosos en el secarral. La lluvia es una promesa del mismo mayo, que quiere perpetuarse y dejar a salvo los trigales, las frondas, los sotos.
En mayo, las noticias de los chopos llenan el aire. La ribera no se rinde. Sólo hemos de remontar valle arriba para que no terminen las noticias de los chopos, que han preparado su expansión para unas semanas después.
El comercio y sus paréntesis. La ciudad en los veranos incipientes es una máquina de la memoria, como siempre, pero su calidad difiere de la melancolía asténica del invierno. Es una máquina que concluye en el recuerdo de promesas incumplidas, las expectativas que fallaron, cuando éramos todos de brillante porvenir y el futuro tan infinito como culpable nuestra inconsciencia. Abril era el mes más cruel, pero la edad del fruto nos reserva nuevos desmentidos, con la sabiduría inabarcable de una condena. Las cerezas muestran su precio, su brevedad, junio nos está llamando con las prisas de una tormenta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y después de la lluvia, el sol. Y otra vez la lluvia.