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miércoles, mayo 24, 2006

Ya se fueron

La estancia quizá más iluminada, esperando a quien recogerá ceniceros y botellas, vasos. Repasará las mesas salpicadas. Removerá el mobiliario, Todo habrá de volver al punto de partida, una nueva reunión con el viejo, con el señor mayor, el que habla todo el rato. O mejor, que calla casi todo el rato entre algunas palabras suyas y otras.
Habrán de abrir las ventanas. El aire. El aire que ya no se respira o con el que se respiran tantas cosas. Limpiar, porque les da igual, las palabras que se han quedado. O flotando o arrastrándose sobre la superficie de las mesas, como una bacteria enorme que cruza el desierto de Gobi.
Tiempo atrás tal vez pensó que debía recoger las palabras, incluso tratar de ordenarlas, reproducir los despaciosos discursos, los monólogos puntuados de interrogaciones breves y tímidas. Tal vez las recogió y siguen, en una madeja desordenada, en su desordenada taquilla. Y tal vez debiera repasarlas, al menos para recordar los fragmentos que alguna mañana, recogiendo, cambiándose de ropa, habiendo dejado el mocho, las bayetas, en su sitio, le intrigaron. Le intriga saber si le seguirán intrigando. Si los asuntos viejos no lo son. Si tienen algo del templo griego que seguimos considerando hermoso en su desvencijada carcasa. O si le pedirán esos fragmentos para una guirnalda, para una antología, o para una prueba de cargo.

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