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viernes, junio 23, 2006

Temporada de baños

Conoció las piscinas hexagonales, de varios hexágonos, hace unos veinticinco años, preludio de otras geometrías. Entre el rectángulo y el riñón, trazaba diagonales o apotemas, diámetros o dobles apotemas, pero no había secado los rectángulos habituales en una diagonal límpida, de bañista libre que recorre las instalaciones y desprecia las calles de los nadadores metódicos o los anchos del prudente o del perezoso.
Las aguas azules se parten y el nadador se quiere un cuchillo o un moisés, pero la superficie es un espejo del cielo y el cielo es un espejo de sus brazadas o de su respiración. El nadador nada al sol y piensa en nadar bajo un día de nublado o en una tarde que aguarda a una tormenta. El nadador nada entre pensamientos de periódica obsesión. Se estira para tocar la pared y piensa que debe mejorar su técnica. Bajo el agua viven otras imaginaciones y algunas memorias, reinos que mejor que nos expulsen o leyendas que acaban en la orilla. El agua sobre la piel es un intermedio térmico. La luz de la tarde se modula como con un mando a distancia. La hierba es otro reino sembrado de tontas fantasías, de sus ruinas, de tiempos que mejor no recobrarlos.
Ahora el nadador se siente llamado a proponer la alegoría, pero las alegorías no son fáciles para hombres en calzoncillos y descalzos. Vagamente se sugiere un gobernante, un imprudente fabricado de pura inconsciencia o, como en Cheever, un hombre que no sabe donde está: todos nosotros, al menos con el tiempo.

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