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sábado, julio 08, 2006

El canon

Gurutz Jáuregui en El país:

Se ha criticado el que se califique al proceso de negociación como un proceso de paz. "Aquí no hay ninguna guerra", se afirma. "Lo único que hay son terroristas que asesinan y por tanto no puede hablarse de proceso de paz donde no existe una guerra. Por ello, no resulta procedente negociar nada; lo único que cabe es la aplicación lisa y llana de la ley". Tal afirmación se basa en una definición obsoleta del concepto de guerra. En la actual era de la globalización, los conflictos armados han adoptado formas muy diferentes de las que se producían hasta hace escasamente 20 o 30 años. Hoy han desaparecido en la práctica las guerras clásicas entendidas como lucha entre ejércitos regulares enfrentados. Los conflictos armados se manifiestan a través de una variada serie de instrumentos entre los que destaca, entre otros, la actividad terrorista. Es absurdo negar la categoría de conflicto armado, de auténtica guerra, a los actos violentos que se producen en Irak, en Somalia, en Palestina, etcétera, o en los ataques de Al Qaeda. Tales conflictos no se resuelven con la aplicación lisa y llana de la ley sino que necesitan otras medidas entre las que ocupan un lugar importante los procesos de negociación. Lo mismo sucede con ETA, si bien en este caso nos encontramos con un conflicto de baja intensidad, dada la escasa incidencia de su acción terrorista, en comparación con otros conflictos armados.

No podemos admirar la sutileza, o podemos admirarla pero nunca encontrarla en la parrafada en negrita, donde falta a esportones. Y, sin embargo, qué mejor ejemplo de la mezcla de conciliadora observación pragmática (se “necesitan otras medidas”) con el desmayo petardomodernista que descarracha los conceptos en un sfumatto de vacas grises todas con Creutzfeld-Jakob: al final por más que se hayan alterado los conceptos jurídicos, sociológicos, &c. de guerra, de lo que se trata es de que todos los contendientes acaban legitimados por el tan simple rasgo semántico de la simetría entre las partes que la palabra "guerra" sigue procurando, sean cuales sean los novísimos y sorprendentes artilugios categoriales que nombra.
Nótese que éste razonamiento al que asistimos es tan aceptable y tan miserablemente aceptable como un axioma metafísico de juzgado de guardia (“existe algo y no nada”, pongamos por nada penetrante ilustración), pero en su vaciedad nos llevará a cualquier resultado. Al bueno o al malo al azar, en opinión del optimista o el resignado; al malo, dirá el pesimista o dirá el que sólo busca un protagonismo alternativo. En cualquier caso, a un resultado que ha redefinido material y no sólo formalmente las partes reconocibles al comienzo del proceso: ciencia y recetario políticos al servicio de la disolución de sus referentes y, si se quiere, de sus clientes, que declamarán un suave "Parole, parole, parole, parole parole soltanto parole, parole tra noi", mientras no sepan ya dónde están ni quiénes eran.
Y así, como siempre, las "otras medidas" son una gaseosa sobre la que los experimentadores que nos alumbran con su alegre desenfado no nos acaban de tranquilizar. De momento, algunos se van buscando un mástil. Otros una verga, con perdón. Depende de si buscan ataduras horizontales o más bien verticales y péndulas.

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