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miércoles, julio 12, 2006

Teoría del lavapiés

Las piscinas se han modificado sobre todo en la que se refiere a la continuidad estética o perceptiva. Se tiende a que el tránsito de la tierra a la lámina de agua sea un algo que miesvanderohiano, sin un reborde o subrayado, para que la búsqueda de la frontera no tenga microscópicamente fin.
En cambio la orla del lavapiés era un componente tan inevitable de la piscina, cámara de descompresión, atrio o antesala, como lo era, jarra mediante, en la Última Cena.
Pero no es exactamente que seamos más directos o radicales, que no nos preocupen los pasajes, los pasos y sus ritos. Más bien lo que se impone es la identificación del terreno acuático con el terrestre: waterland, una cosa y otra.
Lo que, por cierto, se contradice con las cadenas o cuerdas o vallas que imponen el paso a través de la zona de duchas. La continuidad perceptiva se rompe simbólicamente con una muralla tan débil o tan fuerte como la zanja que abre un arado. No nos importa la higiene material de los pies. Cuenta el símbolo y su potencia para determinar la ruta de bañistas, nadadores y curiosos. Y es que toda piscina es probática, pero a la purificación le pasa como a la enseñanza: desciende el nivel de exigencia. El hombre es el pastor de los borregos para la muerte, que decía Rocky Marciano, ¿o era otro?
En nuestra próxima entrega: "Lavapiés de la teoría".

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