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lunes, julio 03, 2006

Térmica

El calor. Nostalgia de gruesos muros, de interiores frescos, restauradores. Memoria térmica de otros veranos. La madurez nos hace agradecer los males de los veranos de la infancia, los picotazos o una tarde de soledad y aburrimiento, los tábanos, las ortigas o el off-side en una verbena: Venid, heridas con vuestras quejas, regresen los inocentes enojos de aquellos días desordenados y casualmente no infelices. O despojarnos de todas las cargas crónicas o repetitivas, de esas para las que el genio de la lengua inventó la palabra “pejiguera”, más nacida para el entretiempo que para el estío, pero con una gracia que resiste verdeante el ferragosto, al menos si llega, pasado este julio y la siega.
El sol que iguala los colores en su horno. El caracol lleva su casa. Nosotros llevamos nuestro horno por la calle, por aceras desoladas que nos convocan en mediodías de plomo, que nos descubren la cantidad de plantones de metro y medio que jalonan la solana.
Los gruesos muros, una especie desaparecida, fósil arquitectónico que anhelamos, la fresca piedra. Los vanos sólo al interior, afuera el desierto. Pero al caminante, ay, sólo le espera alguna que otra pesadilla de aire acondicionado. Como pasamos de un motivo de Noteboom a uno de Henry Miller, mejor dejamos que corra el aire.

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