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sábado, agosto 05, 2006

Suelo

Los políticos. Los promotores. La ambición del votante que sueña con plusvalías inauditas a cuenta de la mínima huerta de su abuelo. Las fórmulas pensadas para pequeños cambios y que se utilizan para asombrosas metamorfosis de los planes. Las explicaciones ridículas. El promotor que regala alacantarillas como un Epulón redimible. El coste de la propiedad inmobiliaria en régimen de cooperativa, que dicen los viejos rockeros. Los precios de mercado.
El mercado es en este caso un asunto de lo más curioso, oscuro y tan claro. La negación del mercado, como suele siempre serlo. En un país donde la población se concentra territorialmente y extensiones ingentes se abandonan, donde -por tanto- hay zonas de concentración más que abundante a las que llegan compradores de muchos lugares, asistimos a una hermosa realimentación múltiple. El alza continua y aparente de los precios incrementa el prestigio de una inversión que, como toda inversión arquitéctonica, tiene lugar bajo el emblema de la pirámide y el ahí te has quedado; por otro lado, el sistema de la política se nutre de los flujos (bolsas de basura, ya se sabe, con su circulación y su rotacional) que salen del otro sistema.
En cualquier caso, el espectáculo es el de todos los timos, sólo que éste afecta a toda una economía nacional. La ambición de la víctima es un motor poderosísimo y que resulta esencial. Naturalmente, no ha de seguirse de tal aseveración que podamos inventar una política nueva que se parezca poco al espectáculo con que las administraciones municipales y autonómicas, los ejecutivos y sus oposiciones nos regalan cada día, con su luz y sus taquígrafos.

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