Vistas de página en total

jueves, septiembre 14, 2006

Las mediocres intenciones

Consideró, como solía, que aquél que comenzaba no era día de grandes ocasiones ni para grandes trabajos. O ni lo consideró, y puesto que solía inclinarse por lo señalado, habríamos de signar más bien el día en que considerase lo contrario, esto es, que considerase algo: voy a emprender un viaje sin dinero o voy a ponerme en serio con la obra de mi vida. O se van a enterar éstos.
Sus intenciones eran, por tanto, las de alguien carente de toda determinación, a quien la voluntad no acompañaba. De otra manera: en "La voluntad de poder" hay redundancia. Es voluntad. Notemos, sin embargo, que esta última conclusión bien podía ser suya, pues era la consolación de un abúlico que viniera a decir "me adornan todas las prendas; me falla, eso sí, la voluntad, que si no..."
Podía optar por apoyarse en la voluntad ajena y componer el conocido binomio del técnico y el político, pero ¿técnico en qué? O podía no hacer nada, huye, hombre feliz, de todo esfuerzo. Optaría por un dejar pasar el día como un slálom de agudezas o como ese líder político que tanto juego daría opinando contundente acodado en una barra relativamente anticuada, excitado, brillantes los ojos a la hora en que los más tardíos decidieran que no podían retrasar más el primer plato a sus santas esposas y a sus vidas tiradas por los suelos.
Pero ha optado por imaginar en la mañana una entrevista con un periodista que le propone elegantes carámbolas, triples como un silogismo o sintéticas como un entimema sobre el verde tapete. O tal vez se detenga y contemple sus perplejidades secretas en las que no puede detenerse el hombre público que entretiene sus fantaseos y su café con leche. Es posible que él sea verdaderamente ese hombre. Que apenas despierte de su pesadilla de fama y compromisos y que ya no se encuentre. (Entre otras variaciones psicológicas del género de la alienación, el autoextrañamiento, o el ciclismo de mesa camilla.)

No hay comentarios: