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domingo, noviembre 11, 2007

Incontinente

El viernes tomamos una cerveza en un establecimiento que abrieron hace poco. Un decir, porque el local ha estado ocupado por bares durante décadas, que es ya también buena unidad de medida para nuestra edad. Pagamos y nos fuimos.
No sé por qué el sábado por la noche, tras las noticias y tras las conversaciones, recordé el pasillo en ele que llevaba a los servicios de una de la hipóstasis alcohólicas más famosas de la bajera en cuestión y que el viernes nos puso un tanto nostálgicos, hipóstasis que nos recibía allá a comienzos de los 1980s. Supongo que seguirán igual como una invariante ajena, intocada por los arreglos de chapa y pintura.
Nos enterrarán los urinarios, reservado secreto y alivio, donde a veces la música se oía y se oye con una especial nitidez que los arquitectos y los técnicos de sonido intentan explicar, tal como los neurofisiólogos y los urólogos intentan explicar la lucidez indudable de que gozamos durante la micción y tras la defecación.
Aunque reconozco que habré de volver y comprobar si es cierto que los urinarios permanecen en su sitio. Igualmente, me molestaré en calcular cuánto tiempo nos pasamos en los urinarios de los bares, sumados año tras año, en recordar a la concurrencia la pausa y el decoro debidos. En afear al piseur interrupto:
- ¿Por qué no te cierras la bragueta?

2 comentarios:

Javier de la Iglesia dijo...

"Nos enterrarán los urinarios,
reservado secreto y alivio,
donde a veces la música se oía..."

¡Sombrerazo ante vuesa merced!
Qué magnífico arranque de poema: dos decasílabos y un endecasílabo. Ni don Pere o el cabrío lo mejoran.
Abrazos.

Anónimo dijo...

Javier, lector con oído, tiene toda la razón, he ahí un poema que espera... a despertar...