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miércoles, febrero 20, 2008

Menos da una piedra

Pescábamos justo en el límite del coto. Pescábamos carpas con cierta regularidad y había veces que no sabían a barro.
Una vez, en otro lugar (en otro río, claro) picó una trucha cuya cola estaba dentro de una culebra de agua. Esta segunda pieza la devolvimos al río obligándole a un triple, en su caso dicen que verdadero, mortal: Instinto constante casi a las puertas de la muerte.
Comer, además, parece razonablemente transitivo. No recuerdo si era mosca, cucharilla o qué era lo que comía la trucha, la cual, por cierto, no daba la talla. Como se ve, creo recordar casi todo lo demás.
La creencia en el propio recuerdo es lo que engaña al pez, cuya memoria es tan escasa, según nos cuentan. Saber que hemos olvidado es confiar en la pertinencia de la pregunta que alguien nos hace. El pez no atiende a requerimientos de ese estilo. Por eso, la carpa no recuerda que vive en aguas tranquilas y la trucha olvida que sus aguas son frías. Y eso equivale a pensar que todo el río es orégano. ¿O estoy olvidando el lugar común?

1 comentario:

Anónimo dijo...

por favor, escribe el resto de la novela, que delicia de texto