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domingo, mayo 18, 2008

Aventuras en las viejas calles

Las viejas calles nos proporcionan recuerdos de verano y recuerdos de invierno o indefinidos. Los antiguos días de verano nos hacen pensar en tascas frescas y en su olor a cemento y vino. Pero, sobre todo, nos hacen pensar muy paradójicamente en la novedad que para cada cuál es su propia juventud: la libertad de esos años era la que nos había llevado por barrios antes poco frecuentados o incluso rehuidos. Literariamente, podría parecernos que esa nueva edad nos devolvía a un tiempo muy anterior, a las primeras décadas del siglo XX, y que en ese tiempo hallábamos una rara sabiduría y una mejor experiencia.
Pero esta constatación la hemos introducido con el adverbio "literariamente" y este adverbio no debe hacernos olvidar-ni siquiera en esa posición en que ejerce de gran chambelán de todo el período- que hay literatura muy mala, la que emana inevitable de estos recuerdos, falsos y en el fondo apesadumbrados. La que nos hace volver a unas calles que quizá sólo sean una conversación casual con una muchacha de la que no sabemos nada, en una noche de verano cerca del río, una muchacha a la que estamos poniendo otro rostro y otra voz, una muchacha amable a la que no podemos responsabilizar por toda esta retórica y cuyas palabras eran exactas, una muchacha que tal vez creía que estaba hablando con otro.

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